miércoles, 13 de octubre de 2010

Presentación

Amigo y admirado Juan Antonio:

(...) Quizás, para que mis queridos alumnos que tuve durante 14 años, como Profesor, sobre todo, de Latín y Griego puedan contectar conmigo, estaría bien que abrieses un blog de Ricardo Cuadrado Tapia. Espero que, cuando puedas me contestes a esta idea y deseo, que te expongo.


Y no es tanto por darme importancia, sino por el gran amor que tengo a la Universidad Laboral de Córdoba, por esos 14 años -creo que han sido los mejores de mi vida- en los cuales amé y busqué siempre el bien de mis queridos alumnos Para ellos hice apuntes especiales y, con mi método de enseñar, todos sacaron unas notas muy buenas, y estaban muy bien preparados, de tal modo que han triunfado en sus vidas y, actualmente- muchos - están o han estado, en Universidades civiles, con tres licenciaturas a sus espaldas. Celebro que hayan triunfado. Para triunfar en la sociedad actual preparamos a esos alumnos. Y yo puse mi granito de arena para ese éxito y promoción.

De verdad que el tiempo, que como dice el Maestro de Maestros, el P. Gago, es el mejor detergente, porque todo lo aclara. Ha aclarado que, esos alumnos que pasaron por la Universidad Laboral de Córdoba, son y han sido unas eminencias en el campo del saber, del enseñar y de vivir los valores que aprendieron conmigo y con los demás profesores.

Mil gracias por encontrarte y poder seguir enviando comentarios del MAESTRO DE MAESTROS, P. Gago, del que me siento siempre fiel discípulo.

Un abrazo.

Richard


10 comentarios:

  1. Hola Richard:

    Extraña la sensación de dirigirse a alguien cuando la última vez que se hizo aún no habías cumplido los quince años, pero, de la misma manera que hice en su día al presentarme a Santiago, me dirijo a ti y te tuteo, el paso del tiempo nos aproxima e iguala.

    Hoy solo quiero darte la bienvenida a este blog que JA ha creado para ti, confío que abunde en frutos y alegrías.

    Termino -a ver si tú te acuerdas- con dos escenas tuyas que probablemente te evoquen algo, después de haberte visto llegar a clase, acalorado, siempre con andares ligeros (rápidos en Córdoba):

    La primera una frase tuya que nos lleva a tu apellido: "A ver, más alto, que estoy sordo como una..."

    La segunda, un chiste, espero que te acuerdes: ¿cómo le llamaban a aquel residente en Gibraltar que tenía familia numerosa con 14 hijos?... La respuesta, si no te acuerdas, quizá pueda darla algún otro compañero, si no, lo haré yo mismo.

    Por cierto, se me olvidaba, no me gustaría ver que empiezan a aparecer por aquí los comentarios anónimos... Disculpa, este Jonny Love que encabeza mi comentario es mi apelativo cariñoso, ya sé que podría haberlo dejado en castellano, que por algo es más rico que la lengua procedente de Alouion (¿no es así, maestro griego, como la llamaba Ptolomeo?), pero su origen y formación así lo requirieron.

    "Pos ya está", que soy Juan Aguilera, contigo en el curso 74/75, colegio San Rafael, las clases todavía en el mismo colegio, y allí intentando atrapar sigmas y omegas, y sudando, a veces, la gota gorda con el Χαίρε, Μαρία.

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  2. Admirado padre Tapia:

    Mi nombre es Siro Sánchez Cebrián, alumno que fui se usted durante los cursos 76-77 (2º de B.U.P) y 77-78 (3º de B.U.P.), en el Colegio San Rafael. En el primero de ellos me impartió Latín, en el que obtuve de nota, en junio, un “Bien”; y en el segundo me enseñó filosofía, en la que conseguí una calificación, en junio, de “Bien”. Las clases se impartían en el nuevo aulario.

    A usted le recuerdo como un hombre de fuerte, de movimientos rápidos, siempre corriendo, dotado de voz potente y clara dicción, con cierta tendencia a la gesticulación, de comentarios atípicos pero educados, con fuerte carácter, depositario de una inmensa sabiduría, justo, profesor con claro concepto de la libertad de cátedra, en fin, le considero un religioso y un profesor ejemplar, difícil de pasar inadvertido, que deja huella por donde tienen la suerte de gozar de su presencia. Sus enseñanzas las impartía “sin seguir el libro”, “tomábamos apuntes” siguiendo sus esquemas de la pizarra y sus “clases magistrales”. Nunca olvidaré “el volar” de su inmaculado hábito como consecuencia de los vertiginosos e imprevisibles movimientos de su cuerpo.

    Usted y los padres Gago, Santamarta, Ismael Castro, y otros, han pasado al lugar de la historia reservado a los grandes hombres, se lo digo con el agradecimiento que siente mi corazón por el bien que hicieron por mí, en aquellos años. Jamás les olvidaré, porque mi éxito personal, profesional, familiar y humano es el resultado de la selecta educación integral impartida por ustedes, de la que fui fiel educando. Conste que no les tengo idealizados,pues a mis 51 años de edad estoy de vuelta de muchos temas, pero considero que a las cosas debemos llamarlas por su nombre, sin eufemismos ni pensamientos uniformados, con la verdad por delante.

    Recuerdo una frase de usted que ha marcado mi trayectoria vital, se la relato.

    Corría el año 1978, y le solicité a usted una conversación en privado, la aceptó y me citó en el solemne Paraninfo a la finalización de las clases de la tarde. Junto a la majestuosa 2ª columna de de dicho edificio, al lado del pasillo que da acceso al Colegio San Álvaro, me participó esta sabia reflexión: “Mira Siro, os estamos preparando al más alto nivel en todos los aspectos, pero cuando salgáis de esta Universidad os sentiréis inadaptados porque pensaréis que todo el mundo está a vuestro nivel y os defraudaréis cuando veáis que no es así”. La frase es casi textual, el contenido está claro como el agua, es de una verdad y luz inmensas.

    En aquel momento me impresionó ese pensamiento, pero con el paso de los años comprobé que usted tenía más razón de la que yo pensaba inicialmente. Nunca puse los medios para que ese razonamiento se hiciese realidad, al contrario, me sirvió para evitarme problemas, no obstante se cumplió casi en su totalidad, hasta el punto de que se me hizo muy complicado aceptar la mediocridad profesional y humana, de ciertas personas, que he tenido que sufrir en mi trayectoria vital, conste que he conocido profesionales dotados de valores y principios envidiables, incluso superiores a los nuestros, los antiguos alumnos de la Universidad Laboral de Córdoba, pero no es menos cierto que existen demasiadas personas que responden al perfil descrito por usted, Maestro Tapia. Conste que no generalizo, pero es triste reconocer que, probablemente, se nos educó para una sociedad que estaba en los inicios de un cambio radical, donde nuestra educación integral despertaría recelos. No lo digo con rencor, al contrario, estoy orgullo de mi paso por esa institución, mil veces volvería a ella.

    Soy, lo que soy, gracias al lema, del sabio Séneca, que reina en nuestra Universidad, y que dice: “Para bien de todos trabajan y combaten los mejores”, y por la inmejorable educación recibida del honesto grupo de profesores del que usted formaba parte.


    Gracias, padre Tapia.

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  3. Me he quedado con la boca abierta cuando he leido lo escrito por Siro en referencia a una conversación con el Padre Tapia... Me participó esta sabia reflexión: “Mira Siro, os estamos preparando al más alto nivel en todos los aspectos, pero cuando salgáis de esta Universidad os sentiréis inadaptados porque pensaréis que todo el mundo está a vuestro nivel y os defraudaréis cuando veáis que no es así”. Ese razonamiento lo he realizado en ocasiones a los más cercanos a mí, también hablando con Juan Antonio Olmo de lo que fue aquello, solo que a mi no me lo dijo nadie, ojalá me hubiera cruzado con el Padre Tápia..., como Siro, me habría ahorrado muchas decepciones.

    Antonio Bustos Baena

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  4. Escribe Miguel Castel Sanjuán (desde Huesca)

    Me alegro de verle por estos lares, Padre Tapia, porque fui uno de sus alumnos de griego en aquel curso de 1974-1975.

    ¡Excelente aprendizaje e inigualable docencia! Ya en mi presentación en la página de Olmo dejé entrever algo sobre esa época, donde le cito. Me llamo José Miguel Castel Sanjuán, oscense, de la localidad de Albalate de Cinca, lugar de nacimiento del universal tenor, Miguel Fleta.

    Si algo aprendí en esos tres años de mi periplo personal por la Uni fue el valor del compañerismo y la amistad, el respeto por los superiores, la obligación de cumplir con el deber que tiene uno encomendado, que en mi caso era estudiar para poder adquirir una formación que me valiera para poder encarar el futuro en todos los ámbitos y sobre todo la perseverancia en la labor.

    Mis padres, labradores humildes, no hubieran podido jamás costear la formación que en aquel día de octubre se me abrió de par en par cuando mi madre y yo desembarcamos, todavía en un sueño, en mi querida UNI.

    Había comenzado el curso. De hecho, yo ya había iniciado las clases de 5º ciencias en el instituto de Monzón, cercano a mi pueblo, cuna de grandes deportistas, por si a alguien le suena el lugar, cuando un buen día, Don Guillermo, el cartero, armó la marimorena anunciando el correo que mis padres esperaban desde hacía días, en la que les comunicaban que me había sido concedida una beca para cursar 5º curso de letras en la U.L. de Córdoba.

    ¿Dónde está ese lugar?, fue la primera pregunta tras el alborozo. A partir de ahí, mi primera maleta, ropa nueva, mi madre cosiendo a toda prisa y en toda ella el nº 1560, autobuses, Zaragoza, Madrid-Chamartín, Madrid-Atocha, (¡cuánto meneo para tan pocos años!) y por fin la fachada del paraninfo, tras descender del taxi. La visión del conjunto en ese momento casi me ahoga. Mi madre, mi compañera de viaje, apenas tuvo tiempo de saborear el lugar porque el tren de vuelta para casa no esperaba por nadie.

    Dos imágenes tengo grabadas de ese día y el siguiente. La primera fue atravesar el estudio de la planta baja del colegio San Rafael, con todos mis futuros compañeros preguntándose quién podía ser aquel rubiales, pequeñajo y delgaducho que con un mes de retraso se incorporaba al curso , interrumpiéndoles en la sagrada tarea de estudiar, vete tú a saber qué, pensaba yo, en aquel ambiente, masificado, de silencio y concentración .

    La segunda imagen, imborrable, fue verle entrar a usted al día siguiente en la clase. Todos de pie, silencio absoluto, el Ave María en griego y usted que se dirige a la clase en general para anunciar a los tres nuevos, Jesús Visiedo García, Ismael Sancho Ramos (ambos de Zaragoza, donde residen actualmente, con quienes mantengo una buena amistad) y un servidor que "el tren" hacía días que había iniciado su ruta, que nadie de los de allí tenía culpa de nuestro retraso, que no iba a aflojar su andar y que no nos quedaba más remedio que subirnos en marcha. Para acabarla de arreglar, además anunció la fecha de un examen en la materia.

    (sigue...)

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  5. ¡Virgen del Pilar!, la que se me espera, pensé cuando hubo acabado la clase. Ese examen fue un desastre total, así que me puse en manos de un compañero, Juan Villar Caño, con el que igualmente sigo manteniendo un estrecho contacto en la actualidad, a fin de que me diera un empujón y poder asirme a algún vagón. Y se consiguió la proeza. Mis notas en la materia fueron mejorando con el tiempo para así llegar a otro gran recuerdo en el que usted y yo andamos mezclados, como fue el examen final.

    Usted había programado que sería parte oral y parte escrito, pero de pie, en la pizarra. ¡Dichosos policlínicos! Comenzarían un trece y martes y solicitaría voluntarios para subir al estrado. Llegada la fecha, así lo hizo, pero nadie se movía, no sé si por ser el día que era, por esperar a que otros fueran los primeros y así comprobar cómo se iba a desarrollar el ejercicio o por dar alguna jornada más de tiempo para preparar la materia. Y yo, que siempre en el tema de las supersticiones me ha dado lo mismo dos que veintidós, que tenía bien domados los verbos, así como todo lo demás y que deseaba descansar los codos de una vez, levanté la mano y fui el primero en comparecer. Fue un examen redondo que usted calificó con un diez. ¡El tren había llegado a su destino conmigo dentro y excelentemente aposentado!

    Luego los compañeros se animaron, la nota se repitió en muchos de ellos y todos demostramos en general haber aprovechado bien el billete que nos habían ofrecido meses atrás, cuando comenzó la singladura.

    Han pasado estos años, pero los recuerdos citados jamás me han abandonado.

    Tengo que darle gracias, como a todos mis profesores de entonces, porque si de algo me empapé fue de la certeza de que, para llegar a conseguir algo, la constancia es fundamental. Y usted fue uno de los que me inculcaron tal valor.

    No llegué posteriormente a acabar la carrera en la Universidad de Zaragoza, pues me enrolé en la Armada, en la que permanecí muchos años. A lo largo de los mismos tuve la ocasión y el honor de tener a mis órdenes, a mi nivel, una legión de chavales, a los que siempre traté de transmitir todos aquellos valores de los que había bebido en la Laboral.

    Actualmente estoy de vueltas en la vida civil, resido con mi mujer y mis dos hijos en la ciudad de Huesca, donde igualmente trabajo. Llevo una vida sencilla y tranquila, siendo la educación de mis zagales la única marejada capaz de turbarme.

    Mi triunfo personal no ha sido ser un gran profesional en la enseñanza, en la investigación u otros campos; pero sí que lo ha sido el haber podido mantener vivos los valores recibidos en aquellos tres inolvidables e irrepetibles años y de haberlos podido transmitir a otros. De todas maneras, al igual que la mayoría de esos compañeros y amigos y como siempre he pregonado, puedo decir con toda satisfacción que siempre he alcanzado aquello que me he propuesto y ese ha sido mi mejor logro.

    Podrá observar en las fotos que he aportado a la página de Olmo que conservo todavía los libros de griego y eso dice mucho.

    Reitero mi muy cordial saludo para usted y para toda la familia laboral.

    Miguel Castel Sanjuán

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  6. Compañero Antonio Bustos Baena:

    Gracias por contestar mi comentario acerca del padre Tapia, ciertamente todo ocurrió tal como lo cuento. Su sabia frase me ha acompañado siempre y me ha ahorrado más de un disgusto.

    Guardo en mi corazón varias frases y reflexiones de grandes hombres que tenían algo importante que decir a sus discípulos y lo transmitieron con nobleza y alegría.

    Un saludo.

    Siro Sánchez Cebrián

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  7. Algo que aprendí en nuestra querida Universidad Laboral de Córdoba es el inmenso valor que tiene el SILENCIO para el desarrollo: del espíritu, del estudio, del descanso, de la convivencia y de la reflexión.

    Recuerdo que el silencio, que tanto se echa de menos actualmente y que es causa directa de muchos de los problemas que nos laceran, se “respiraba” en todos los sitios de nuestra UNI y era respetado en todo momento, sin que nadie vigilase estrechamente su cumplimiento, era un valor de inmensa grandeza.

    La tranquilidad, que proporcionaba la ausencia de ruido innecesario, imprimía al ambiente un carácter sacrosanto que invitaba a la realización de todo el proyecto que cada uno de los alumnos teníamos impreso en el corazón y que tanta esperanza nos proporcionaba frente al futuro. Este sosiego ambiental nos ahorraba energías físicas y psíquicas y nos proporcionaba el optimismo necesario para afrontar los retos propuestos.

    En las salas de estudio, en la que nos reuníamos alrededor de 200 alumnos, el rey era el silencio, una paz que se establecía y se mantenía sin que el educador de turno lo impusiera, era algo que se suponía bueno para todos y que nacía justo en el momento en que nos sentábamos porque “era la hora de estudio”. No quiero pensar lo que padecería ahora un educador que se responsabilizara de 200 alumnos agrupados en un aula, inimaginable, el caos y el desorden sería total, lo digo con conocimiento de causa. El padre dominico que controlaba dicha sala de estudio se limitaba a hacer acto de presencia, a leer, en pie, sus libros y a atender las posibles consultas del alumnado.

    En las aulas, de alrededor de 45 alumnos, donde recibíamos clase, el silencio era igualmente respetado en todo momento y ante todo profesor. Atendíamos las explicaciones con sumo agrado y sin rechistar, sin pronunciar palabra si no solicitábamos antes intervenir, alzando la mano. Ahora, entre los teléfonos, las maquinitas de “marcianitos”, los ordenadores y demás aparatitos electrónicos es casi imposible impartir clase y que los alumnos puedan seguir el hilo de la explicación, y si te impones, como profesor, te puedes meter en un lío considerable “porque los alumnos se frustran si les prohíbes desarrollar sus iniciativas”, alucinante pero real.

    (sigue...)

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  8. En los dormitorios, donde dormíamos varios alumnos en camas individuales, no literas, ocurría lo mismo: respeto total hacia todos y silencio absoluto en las horas de siesta o en las nocturnas. Así el descanso era reparador, con lo que el espíritu y el cuerpo rendían en condiciones óptimas.

    En el comedor la situación cambiaba un poco, pero jamás se descontrolaba la paz necesaria, se hablaba pero no se gritaba, que es diferente. En el cine se respetaba los momentos que requerían ausencia de ruidos innecesarios.

    En los campos de deporte eran los únicos momentos en los que de verdad podíamos dar rienda suelta a nuestros ímpetus juveniles, cosa lógica por otra parte.

    Recuerdo los paseos que yo daba solo por los alrededores de la Iglesia y el cauce, eran momentos de recogimiento, de valor supremo, inolvidables y enriquecedores, donde el silencio nos hacía sentir felices y tranquilos.

    En nuestra actualidad el ruido y el desenfreno lo invade todo, hay miedo al silencio, a encontrarnos con nosotros mismos, penoso.

    Recuerdos imborrables, lecciones aprendidas de los padres Tapia, Gago, Santamarta, Ismael Castro y demás profesores y educadores, a los que tanto debo.

    En otros momentos os comentaré mis vivencias respeto a cuestiones vitales como el respeto, el orden, la disciplina etc., temas que se han olvidado en el presente por considerarlos “de otra época”, lamentable.

    Atentamente: Siro Sánchez Cebrián.

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  9. Siguiendo con mis recuerdos de la UNI, relataré el ORDEN que se respiraba en las dependencias docentes, siempre bajo mi experiencia personal y que es común para muchos de los que tuvimos el honor de estudiar en dicha institución.

    Entendiendo por ORDEN como la regla, o el modo, que se observa para hacer las cosas, podemos afirmar que en la UNI los inigualables padres Dominicos, los educadores y los profesores eran auténticos especialistas en establecer y mantener el orden en todo momento y lugar, y lo conseguían de forma cariñosa y sin esfuerzo aparente. Todo el alumnado entendíamos que el orden era necesario y asumíamos su inmenso valor, lo respetábamos y lo poníamos en práctica en nuestro quehacer diario. El ambiente de recogimiento, de tranquilidad, de seguridad y de equilibrio espiritual que proporcionaba el orden total imperante invitaba al estudio y al desarrollo personal. Todo resultaba muy fácil en tan singular modo de vida. Quien no haya vivido aquella gozosa experiencia es difícil que entienda lo que estoy relatando.

    Todas las actividades académicas, las de ocio y las deportivas estaban perfectamente organizadas y eran de conocimiento general. Nada se improvisaba, el rigor era la moneda de cambio en aquella excelente experiencia educativa. Esta habilidad, sólo propia de los grandes hombres, no es habitual en nuestros días a pesar de que los docentes cuentan con medios técnicos (Internet, teléfonos móviles, ordenadores y demás aparatos telemáticos) de los que antes se carecía, por ser inexistentes.

    Nunca, en mis años de Laboral, oí gritar a los padres Dominicos, entre los que recuerdo a los Maestros padres Tapia y Gago, ni a los profesores, para conseguir implantar el orden, ni por supuesto fui testigo de robos, hurtos o riñas entre los alumnos; y conste que estamos hablando de Centros Educativos donde se agrupaban varios miles de educandos. Para valorar en su justa medida aquella mágica educación sólo hay que compararla con la actual, sobran los comentarios, es impensable. Recuerdo entrañablemente que las órdenes de daban una sola vez, era innecesario repetirlas, e inmediatamente se cumplían, sin causar trauma alguno. Siempre he dicho, con cariño, que la UNI estaba a medio camino entre un Cuartel Militar y un Seminario, guardando obviamente las distancias, y mantenía lo positivo de tan dignas instituciones.

    Siro.

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  10. Lo que Siro quiere decir todo orgulloso, aunque al parecer le da vergüenza, es aquello de "mitad monje y mitad soldado". El primero, excedido en los asuntos del alma, está sobrado de creencias y supersticiones. El segundo falto de sensibilidad y afinación humanística, no interesa al hombre cuyas hondas raices morales le llevan al pacifismo. En mi opinión, el genuflexo no piensa demasiado, cree que su juventud es única, la educación recibida, única educación posible, su ombligo: el ombligo del mundo. ¡Ha visto a la virgen! ¿Por qué no se ha metido a dominico? ¿Se imagina la suculenta herencia a que tendría acceso? ¡¡¡Mirad hacia fuera cojones, el mundo está lleno de diversidad!!!

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